El muchacho tiene 14 años y es afortunado. Llega sudado a la casa. Corrió dos kilómetros. La madre le pregunta. ¿Cómo te fue?…
Es 18 de septiembre. Y el imberbe, sin alternativa, se contenta con visitar a su amada en el Hogar de Niñas, a dos cuadras de la casa de la abuela.
La chica, de 13 años, acaba de llegar al encierro, a falta de manutención en el hogar materno. Lo mira con ojos despojados de todo sentimiento a través de las rejas de la casona y al chico le enamora la resignación de esa mujer…porque a los ojos del joven, ella es toda una mujer.
A él no le gustan los niños ni las niñas, esas mocosas que juegan a pintarse los labios y salen del colegio a ponerse rimel en las pestañas. Le gustan las mujeres.
El chico se crió con la madre y las hermanas, que partieron hace unos años sin dar señas de regreso. Le gustan las mujeres resistentes, capaces de soportar el dolor de la ausencia.
La chica le toca la cara con las manos. Y él pega la frente a la reja para besarla. Ella retrocede. El chico entiende que no es momento ni lugar y siente acelerar su corazón. Es su turno de resignarse, tal como ella se resigna a su suerte y es paciente.
La chica le toca la cara con las manos. Y él pega la frente a la reja para besarla. Ella retrocede. El chico entiende que no es momento ni lugar y siente acelerar su corazón. Es su turno de resignarse, tal como ella se resigna a su suerte y es paciente.
Apenas alcanza a estrechar esas manos contra su boca. Él saca la lengua. Ahora le lame las manos, se lame las suyas. La suelta. Una monja custodia los recreos de las internas. El patio principal da a la calle y su mirada acusadora se posa sobre los enamorados. El chico se despide. Los ojos de la niña se cierran y se vuelven a abrir.
-Tengo las manos hediondas- se disculpa ella.
Un olor ácido, fuerte. El chico no pide explicaciones y quiere besarlas de nuevo. Pero la joven retrocede dos pasos…
Un olor ácido, fuerte. El chico no pide explicaciones y quiere besarlas de nuevo. Pero la joven retrocede dos pasos…
El muchacho regresa a su casa por un camino poblado de tumbas. Debe atravezar el cementerio. Frente a la puerta principal hay un terreno baldío. Las parejas se amontonan en las noches, como animalitos. Se tocan, se arrullan, gimen. Es de día, sin embargo, se distingue la silueta de un hombre y una mujer. El adolescente cierra los ojos. No es pudor. Es el deseo. Se imagina un momento a solas con su novia interna. ¿Qué le diría? ¿Qué haría? ¿Qué regla compete a un enamorado inexperto?.
Camino a su casa, el chico cierra cada tanto los ojos y sigue fantaseando…Él le susurra. No la abraza. Le promete. No la besa. Le jura que la quiere para bien. Le ruega que no tenga miedo. Le habla de compromiso, el compromiso de amarla, respetarla, cuidarla y salvarla de todo mal, como en los cuentos.
La madre le pide al chico que le alcanze las manos. Quiere saber a qué huele la enamorada.
-Es veneno, hijo. Tu novia tiene piojos.
-Es veneno, hijo. Tu novia tiene piojos.
Para el enamorado, no existe un olor más dulce.
Por: María Elizabeth Cancino
Periodista y Licenciada en
Comunicación Social
Ilustración: Hans garrino


Hola que buena historia te felicito. u abrazo de un cauquenino de corazon, y tambien trabajo en la comunicaciones. soy javier leon. mi correo el javierleonrojas@hotmail.com
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