Voy y Vuelvo…!!: Provincianos


Mi hermana Lilo me advirtió que Andrés –muralla- Cancino atraviesa una crisis en su vocación pelotera, originada por la derrota 3 a 0 en el clásico Lautaro versus Independiente. El problema es que ha decidido que lo mejor será continuar sus estudios medios en Santiago, para descubrir si le interesa alguna otra cosa. Sin embargo, no le creo una palabra y presiento que se está dejando seducir por la maquinita de cemento y sus soldaditos de plomo. Sospecho que quiere mandarse solo. Lo encuentro en Messenger y me dispongo a convencerlo de que se devuelva a la casa maulina. Le digo que no se alarme, que mejor se sienta orgulloso de ser cauquenino y aproveche su condición de provinciano.

El escritor Roberto Bolaño pasó parte de su infancia en Cauquenes. Dicen que vivía cerca del centro, para el lado del Terminal de Buses, y que le gustaba jugar a la pelota. Después se fue a México y hoy, su obra es reconocida en todo el mundo. En una de sus últimas entrevistas, recuerda con melancolía el Hospital San Juan de Dios, donde tantos de nosotros vimos la luz. Cuenta que su madre lo hacía aguantar la respiración al pasar por el pasillo de los tuberculosos. En el relato “Detectives” cuenta que dos policías cauqueninos lo salvaron de ser un desaparecido de la dictadura. Los había conocido en el colegio. En mi imaginación, los veo caminando por Aníbal Pinto, camino a la casa, a tomar onces después de la pichanga de la tarde. La verdad es diferente y fea, porque sigue en una cárcel en el 73. Debe ser duro mirar a los ojos a un compañero de curso degenerado en torturador. Y debió ser más duro para los ratis del Tutuvén encontrarse a boca de jarro con los ojos de un conocido en momentos en que la ira les desfiguraba el alma.

Cada tanto me acuerdo de la historia de Bolaños. Algunos aún lo confunden con Chespirito, que es otro genio, pero un genio del humor que se llamaba Roberto Gómez Bolaños, el que hacía “El Chavo del 8”. A mi hermano Andrés –muralla- Cancino, le encanta.

Le pregunté porqué le gustaría vivir en Santiago. Responde escueto: el cine. Sigo indagando. Confiesa que le gusta caminar por calle San Diego, donde hay compra venta de libros, revistas y afines. Claro que mi hermano busca historietas. Yo me entusiasmé. Hice la relación cine-comics y le anuncié como el Oráculo: vas a ser cineasta. Olvídate de lo del fútbol.

Como buen cineasta, sabe manejar el suspenso, porque cuando le pregunté que le gustaría ser, se desconectó de internet.

Me siento frustrada. Me deja hablándole al viento justo cuando voy a contarle la historia de Bolaño y otras del tipo Jesús era un pueblerino, de la ciudad Galilea de Nazareth. Feredico Fellini es de Rimini, una pequeña urbe costera de Italia; y Antón Chéjov es de Taganrog, de la provincia del Imperio Ruso. Le quería decir que puede hacer con su vida mil y una maravillas, lo que se le ocurra, que no hay necesidad de salir a rodar tierras tan temprano. Quise darle ánimos, pero me abandonó con todas las ideas rebotando en la cabeza.

Desde que salí de Cauquenes, al responder de dónde vengo, tengo que explicar que soy originaria de un pueblo de 50 mil habitantes aproximadamente, que queda al sur de Talca, a 50 kilómetros de la costa. Y siempre algún impertinente que no sabe escuchar, me pregunta más tarde… ¿De dónde me dijiste que eras? Entonces yo largo el dato literario. Que nací en el mismo lugar donde creció el escritor de “Los Detectives Salvajes”. Funciona más que acordarse de Antonio Varas, que fue ministro y por asuntos de la mala memoria nacional respecto de los buenos políticos, nadie conoce. Agarro impulso, me pongo medio canchera, cachiporra, y añado que por ahí cerca, en Parral, nació Pablo Neruda y que un poco, pero poco más al sur, en San Carlos, germinaron toditos los Parra.

Tengo que encontrar la forma de hacer comprender a mi hermano Andrés que su condición de provinciano es una fortuna. Está destinado a pensar diferente, a vivir en otra frecuencia, en otro ritmo, en una especie de ensueño o realidad paralela. Las imágenes que ocupan su cabeza son libres del metro, de la lluvia gris, de las peatonales santiaguinas atestadas de hombres y mujeres de negro. Tengo que convencerlo de que aproveche de llenarse de esa diferencia, porque este cabro quiere levantar el vuelo en serio y le comunicó a mi madre, muy suelto de cuerpo, que ya empezó a averiguar lo de las matrículas en el Instituto Nacional.

Así de atrevido y cojonudo, como buen chiquillo de pueblo.

Por: María Elizabeth Cancino
Periodista y Licenciada en
Comunicación Social

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