#OPINIÓN: «Nuestros antepasados ‘pensaron en grande’, planearon establecer un centro de educación superior, el cual contribuiría al desarrollo de la industria nacional del vino. Hoy, nuestro país es uno de los principales productores de vino en el mundo, y lo más probable es que pensemos que establecer una universidad en nuestra ciudad (…), que se enfoque en la industria vitivinícola y agrícola, probablemente sea un fracaso».
Por: José Gerardo Moya Cancino, Doctor en Química, Física y Catálisis
La inteligencia y belleza no son los únicos atributos que nos permiten alcanzar objetivos en la vida. La voluntad y ambición, atributos un poco menos apreciados, no ayudan a poner nuestra mirada en objetivos muchos más altos, y en muchos casos, obtenerlos.
Cada vez que tenemos en mente iniciar algún proyecto, viaje, negocio, estudio u otro, nos hacemos la pregunta si lo que pretendemos hacer es una buena idea o no, y si el tamaño de la idea a emprender es mayor, mayor son los cuestionamientos. Está claro que existe un temor natural al fracaso, y para evitarlo, intentamos analizar de la mejor forma los pro y contras de cualquier empresa que pensamos iniciar. Este ejercicio es muy normal, y es sano realizarlo, ya que de esta forma minimizamos los posibles riesgos que se presenten en el futuro. Pero cuando ese miedo al fracaso es impuesto, el cuestionamiento y autocuestionamiento, ya no son un ejercicio positivo de realizar.
Inteligencia y belleza son características muy apreciadas por la sociedad, y se cree que poseer unas de estas, nos permitirá alcanzar el éxito en cada empresa que iniciemos. Pero hay otras características, que en nuestro país no son muy apreciadas, pero son igual o más importantes que las mencionadas. Estas son la voluntad y la ambición. A los chilenos, y especialmente a los cauqueninos, nos cuesta “pensar en grande”, y no es porque tengamos un impedimento intelectual para hacerlo, quizás sea por la forma en que vemos el mundo. Mostrar voluntad de querer cambiar nuestro entorno y/o vida, y tener un ambicioso plan para esta, en cierto modo, es castigado en nuestra sociedad. Cada vez que una persona comparte alguna idea o plan de cierta ambición, lo más probable es que reciba comentarios de cómo esa idea o plan fracasará, y quizás nunca escuche algún comentario de cómo esa idea será exitosa. Creo que todos hemos vivido ese tipo de experiencias.
Puede haber muchas razones de por qué rechacemos la voluntad y la ambición como características positivas de una persona, quizás sea una razón profundamente cultural, y que se perpetúa mediante nuestro sistema educacional, por ejemplo, estudié en una universidad elitista (desde el punto de vista intelectual) nacional, y siempre con mis compañeros escuchábamos que debíamos ser empleados muy eficientes, pero nunca se mencionaba que nosotros podríamos ser los líderes. Esta forma de ver el mundo debe cambiar, ya que en el mundo en que vivimos, no se pueden lograr objetivos importantes sin “pensar en grande”.
Son muy pocos los proyectos ambiciosos en el Chile actual, que sirvan como ejemplo para tratar de cambiar esa forma de ver el mundo. La Cruz del Tercer Milenio, ubicada en Coquimbo, e impulsada por la Ilustre Municipalidad de Coquimbo, es uno de esos escasos ejemplos, lo más probable es que al principio la idea no tuvo mucha acogida, quizás fue visto como una locura, pero un proyecto de esta envergadura posicionaría a la ciudad de Coquimbo como un punto de relevancia. Hoy la Cruz del Tercer Milenio es uno de los símbolos de la región y del norte de nuestro país.
Volviendo a nuestra realidad cauquenina, al pensar en un proyecto ambicioso, así como, la apertura de una universidad local en nuestra ciudad, la Universidad de Cauquenes, lo primero que pensamos es en las formas en que la idea fracase, y nunca pensamos en los escenarios en que el proyecto prospere. No debemos olvidar que absolutamente todo comienza con una idea, y mediante la voluntad, esta idea se puede materializar.
A fines del siglo XIX, precisamente en 1895, se estableció la Escuela Vitivinícola de Cauquenes, la cual formaba a los profesionales calificados para la incipiente industria nacional del vino. Treinta años después, esta Escuela Vitivinícola se transformó en la Estación Experimental Vitivinícola de Cauquenes (EE), o Quinta Experimental, como la conocemos los cauqueninos.
Nuestros antepasados “pensaron en grande”, planearon establecer un centro de educación superior, el cual contribuiría al desarrollo de la industria nacional del vino. Hoy, nuestro país es uno de los principales productores de vino en el mundo, y lo más probable es que pensemos que establecer una universidad en nuestra ciudad, la cual junto a San Javier son las ciudades con más superficie de viñedos plantados en el país, que se enfoque en la industria vitivinícola y agrícola, probablemente sea un fracaso. Quizás deberíamos apreciar más la voluntad y la ambición, y “pensar en grande”, así como lo hicieron antiguas generaciones de cauqueninos.

Por: José Gerardo Moya Cancino, Doctor en Química, Física y Catálisis de la Universidad de Utrecht, Holanda. Académico e Investigador
