Estuve en un grupo Scout que se llamaba Karol Wojtila. Pero me enteré, después de desertar, que ese era el nombre de Juan Pablo II.
Fui Sor Gónzaga en una obra escolar sobre la vida de Paulina Von Mallinkrodt, y por escasez de actores también fui la “joven envidiosa” en una de las fiestas a las que asistió la beata.
Me hice fan de las tardes de sábado en la Iglesia de San Alfonso (allí nos reuníamos los entusiastas queriendo ayudar al prójimo). Incluso llegué a ser animadora oficial del Festival de la Voz Cristiana -tengo mi diploma recordatorio para demostrarlo- y tuve un amigo cura que me regaló “Ana Karenina”, de Tolstoi.
No recuerdo ni un pasaje de la Biblia, pero fui buena chica con el regalo que me hizo el sacerdote. Hice amistad con Ana y su drama, que repartido en cientos de hojas, me hizo llorar a moco suelto en el transporte público. Su tragedia rusa era la mía: media vida, medio adormecida en las plazas y camino de las oficinas. Hasta que aparece un gran amor que le da coraje para abandonar su desdicha.
Es un libro grueso, de tapas duras, negras. La edición está cosida y cada página huele a biblioteca. Andando así, con Ana Karenina bajo el brazo, o a veces caminando lentámbula con la cabeza metida entre las letras, parecía predicadora, evangélica, testigo o mormona. Intelectual.
Tostoi fue sucedido por Milán Kundera, otro escritor del Este del mundo: República Checa. La protagonista de “La Insoportable levedad del Ser”, Teresa, lleva un ejemplar de “Ana Karenina” bajo el brazo, la tarde en que conoce al amor de su vida. Y luego de Kundera vino Aldous Huxley. El elegido es inglés y escribió “Un Mundo Feliz”. Ella se llama Lenina, y es una cínica redimida por un salvaje.
Lenina… Karenina… He ahí una relación.
Mis ídolos no son de barro. Son de papel. Reemplacé las voces piadosas de los creyentes de mi infancia por los aullidos desesperados de hombres y mujeres tan perdidos como yo. Rendí culto pagano a los exploradores de la lujuria, la mentira y la traición. Y de vez en cuando cometo el pecado capital de abandonarme, recorriendo sucia las paredes de mi casa esperando que la respuesta a mis anhelos baje del cielo.
Dios se aparece en forma de deseo inconcluso y búsqueda interminable. Incorrección mía de pretender el éxtasis del ser en comunión con el infinito. Equivalente a vivir drogada y fresco delirante de promesas hippies. La búsqueda de la verdad a través de las mentiras de los libros en boca de las actrices. El afán de hallar luz en medio de la sombra.
Estoy lejos de mis días devotos pero nunca estuve más descalza y dispuesta. En un escenario de focos brutos despliego mis rezos. Y mi credo son las historias que me recorren, de propia carne, vista y oído.ç

