No más mentiras que aparentan ser verdad. ¡Los chilenos no son estúpidos, las chilenas mucho menos!
2011 será recordado en nuestro país como el año en que los estudiantes hicieron reaccionar del letargo a un pueblo dormido, como el gigante de Miguel de Unamuno. Nos desafiaron, nos exigieron hacernos cargo de la discriminación que en nuestro país sufren las mayorías, porque –hay que decirlo- son las grandes mayorías las que están absolutamente al margen del éxito que Chile exhibe con orgullo en el mundo entero.
No es difícil entender lo que pasa. Tenemos un sistema tributario injusto, inequitativo, ineficiente, insuficiente y concentrador de riqueza, que se perpetúa gracias a un sistema político que, a su vez, es poco representativo, porque al amparado del binominal bloquea la competencia y favorece que sean siempre los mismos quienes decidan lo que ocurre o no en Chile.
Como mujer de región, como representante en el Senado de una región, como hija de profesionales y como nieta de hombres y mujeres de trabajo, puedo decir que me siento privilegiada, PERO absolutamente en sintonía con lo que reclaman y exigen los estudiantes de nuestro país y sus familias.
Creo con absoluta convicción que la educación es “el” camino para lograr justicia social y que para ello requerimos una reforma tributaria profunda y estructural, que sea la base financiera para sustentar los enormes desafíos que deben asumirse, para realizar los cambios de magnitud que requiere la formación de nuestro niños y jóvenes, desde la sala cuna hasta la universidad. Hoy nuestro sistema es un camino largo en el que una inmensa mayoría es discriminada y obligada a hipotecar su futuro, en vez de asegurarlo con el acceso a educación de calidad.
También es cierto que necesitamos una reforma tributaria de verdad para terminar con la vergüenza que constituye nuestro sistema de salud, porque discrimina a una inmensa mayoría de chilenos que claman por atención oportuna y de calidad.
En fin, necesitamos un Estado moderno y con recursos suficientes para hacer posible una igualdad real de oportunidades, además de entregar apoyo para dignificar la vida de quienes, por distintas razones, no pueden competir por el acceso a los beneficios del desarrollo. Lo sabemos, el mercado es cruel.
En las provincias de nuestro país, en los barrios pobres de nuestras ciudades, niños y niñas enfrentan una discriminación que los determina desde la cuna, si es que tienen la suerte de tener una. Dramáticamente, día a día, no entendemos que se requiere AUDACIA y CORAJE para enfrentar tanta injusticia social. Es cierto, necesitamos con urgencia y a la vena de nuestras autoridades, grandes dosis de audacia y coraje para entender que unos pocos somos privilegiados y que resulta doloroso contrastar nuestra realidad con la de la inmensa mayoría de chilenos.
Y no sólo los pobres. Los hogares de clase media sufren esa injusticia a diario, cuando para que sus hijos accedan a educación de calidad eligen a cuál de ellos pagar estudios universitarios; cuando no tienen educación preescolar confiable para salir a trabajar tranquilos; cuando ven que la letra chica de los contratos que no tienen opción de no firmar, termina defraudándolos. Eso también es discriminación, eso también limita los sueños.
No es posible. Irrita, duele, que en medio de tanta desigualdad, no haya disposición para revisar de verdad todo lo mal que estamos distribuyendo nuestras riquezas de país y cómo, al mismo tiempo, segregamos y provocamos diferencias irreconciliables, que nos alejan del desarrollo al mantenernos en una tensión social interminable.
El presidente Sebastián Piñera no puede o no quiere entender esta realidad y así está dejando pasar la oportunidad histórica de transformarse en el Presidente que convocó al país a construir el Chile que soñamos desde hace décadas: un país con igualdad de oportunidades, sin discriminación, sustentable, inteligente, que aprovecha sus recursos naturales en beneficio de las generaciones futuras y que para ello convoca a todas y todos a rediseñar no sólo su sistema de recaudación, sino que también su sistema de representación.
Lo primero, porque el nuestro es un país que debe acometer grandes transformaciones y enfrentar enormes desafíos, que no son gratis, pero que pueden financiarse con la dosis justa entre solidaridad y justicia social; lo segundo, porque claramente tenemos una crisis de representatividad y desprestigio que a amenaza la institucionalidad democrática.
Lamentablemente ni la reforma tributaria ni el cambio al binominal, entre otras enmiendas para mejorar nuestra democracia, parecen ser caminos a seguir para el Presidente de la República. ¡Qué mejor ejemplo! Dejó pasar una oportunidad histórica de generar una gran reforma tributaria y, en cambio, envió al Congreso un proyecto de «Perfeccionamiento tributario» que:
1.- Es absolutamente insuficiente, casi inútil, en el monto que pretende recaudar, frente a la magnitud de los desafíos que tiene Chile. El proyecto busca acumular 800 millones de dólares y sólo en Educación, el país necesita 4.500 millones de dólares.
2.- Insiste en dar beneficios a los más ricos y no hay -como se pretende sostener- beneficios a la clase media.
3.- No se están recaudando recursos para la educación y afirmarlo es, de verdad, irresponsable y engañoso.
Un Chile con menos desigualdad y con menos abusos, sólo es posible con una carga tributaria superior, en que los más ricos paguen más impuestos, porque para lograr un país en que las oportunidades efectivamente lleguen a todos, se necesita una reforma tributaria efectiva y real, que recaude sobre 14.000 millones de dólares.
Y aquí tenemos un problema. Durante los últimos 22 años sólo se hicieron pequeñas reformitas y hoy ese esquema NO resiste más ni es aceptado por una inmensa mayoría de chilenos. En ese punto nos encontramos y en ese contexto debemos entender que:
PRIMERO. No se pueden aceptar trampas legislativas, es decir, no es posible que el Gobierno pretenda que:
a) Aumentemos a un 20% el impuesto de las empresas, con un gran PERO: este incremento es efectivo, sólo si le rebajamos el impuesto a los que más tienen, a los más ricos.
b) Otorguemos un supuesto beneficio a la clase media -no más de $10.000 mensuales- que tiene a sus hijos en colegios particulares subvencionados. Para que estemos dispuestos a aprobar una medida como esa, nos ofrece a cambio un bono para útiles escolares de los niños que van a colegios municipales. Si aprobamos este ofertón, serán 100 millones de dólares menos para enfrentar los desafíos que el país tiene en educación.
c) Introduzcamos normas que recaudan menos recursos para el Estado, como la rebaja al impuesto de Timbres y Estampillas que beneficia en un 66% a los más ricos que representan el 0,3% de los contribuyentes de nuestro país.
¿Tiene sentido este ajuste, si entre sumas y restas, según los expertos, dejará sólo 400 millones de dólares al año para un Sistema Educacional que requiere sobre 4.500 millones de dólares? ¿Es justo permitir una mentira aparentando que es verdad? ¿Cuál es el sentido de toda esta larga e inútil discusión?
Creo y siento que nuestro Chile no es un país de personas estúpidas y que la Educación es un desafío demasiado importante para tratar de hacernos trampa entre nosotros.
Nuestra gente -y no sólo los estudiantes- nos piden Convicción y Audacia. Que nos atrevamos. Es cierto, tres puntos de impuesto a la Renta parecen un caramelo atractivo, pero se diluirá pronto en nuestras bocas al darnos cuenta, más temprano que tarde, que era solo algodón de azúcar y no alimento sustantivo para las transformaciones que Chile nos demanda.
No nos engañemos, las esperanzas de miles de familias están puestas en nuestra razón, pero también en nuestro corazón. Lo hicimos hace muchos años y hoy podemos volver a hacer que ellas crean nuevamente en nosotros.
En el actual escenario, rechazar este proyecto es lo correcto. No es lo que el país necesita, no es lo que nosotros creemos se requiere y ni siquiera el Presidente Sebastián Piñera tiene convicción en su oportunidad y pertinencia, porque sabe mejor que nadie que no es lo que Chile demanda, pero aún así no puede dar un paso atrás ante este error al que le están llevando sus ministros y aliados de la UDI.
No más pequeñas reformas, acometamos en grande aunque nos acusen en esta pasada de obstruccionistas. Sabemos que eso no es cierto y que, además, sólo así enmendaremos los errores del pasado.
Ya dijimos NO una vez y la ciudadanía nos acompañó. Atrevámonos nuevamente.

