En mi mesa descansa un plato hecho de tierra roja de las alturas de Pilén, localidad enclavada en la Cordillera de la Costa, 17 kilómetros al sur de Cauquenes. Mi plato no conoce de tecnología. Fue hecho a punta de tradición, por las manos laboriosas de una mujer vieja, de largos cabellos plateados que baja cada miércoles y jueves a la Feria Libre del pueblo a vender por 1 dólar una de las más exquisitas y auténticas piezas de artesanía de Chile.
Desde que tengo memoria me las vengo encontrando en la misma esquina. Las hacedoras de ollas, ánforas y mates de greda se sientan al sol, protegidas por sus chupallas, en la calle Balmaceda, al llegar a Victoria. Cada miércoles y sábado. Me parece que son las mismas y que han conservado el mismo aspecto añoso por los siglos de los siglos.
Loceras de Pilén se llaman y su arte se comenta en los grandes auditorios de las Universidades. Los estudiosos de la cultura se refieren a ellas como si fueran mitos o leyendas de comunidades extintas, pero para mi son mujeres con nombre, apellido, hijos y nietos a los que alimentar a punta de alfarería.
Cae la tarde en Cauquenes los días de Feria y las Loceras guardan sus afamadas creaciones entre papel de diario y bolsas de plástico, para que no se estropeen en el micro que las llevará de vuelta a su caserío. La pobre a la que se le haya perdido el marido en algúna Casa de Citas, de esas que arden de campesinos en los días de pago, tendrá que hacerle la guardia hasta que salga y conseguir que algún taxista se arriesgue a trasladarlos por los serpenteados caminos de tierra… Tendrá que pagarle la ganancia del día y como ya no hay mucho que perder, habrá de ofrecerle un traguito de aguardiente al chofer, por si acaso llegase a necesitarlo en el futuro.
Ceno en mi plato de greda y le raspo el fondo con la cuchara a ver si se suelta la tierra roja de mi Cauquenes. No hay caso: las Loceras mojan el polvillo, lo convierten en masa, en arcilla, le dan forma con los dedos y lo meten al horno, a temperatura del infierno. Los cacharros tienen garantía de por vida.
¿Se les habrá quebrado alguno con el terremoto?
No. Del adobe caído y despedazado habrán hecho más platillos y figuritas de gallinitas ciegas. Habrán hecho nuevos mates para cebar al amanecer, antes de enfilar otra vez, indomables, hacia el pueblo partido, a vender para comer, orgullosas y pacíficas, sabias recolectoras de los frutos de la tierra.
Por: María Elizabeth Cancino


Hermoso el relato !!! Muy sensible y emotivo ! La autora realmente me hizo VER lo que narraba, me sumergió en ese universo. ¡Qué ganas me da, de tener mi propia ollita de cerámica de Pilén!!!
Roxana Franco
San Rafael
Mendoza, Argentina
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