La solidaridad como principio de vida humana

Los seres humanos nos necesitamos mutuamente para cuidarnos, protegernos, desarrollarnos y ser personas. En especial cuando niños, requerimos de los demás para crecer, para desplegar todas nuestras ricas capacidades, singulares y propias de cada cual, las que son también necesarias para el resto de la comunidad. Cuando nos falta esta relación –o cuando es inadecuada y violenta- hay más desconfianza, inseguridad y terminamos viviendo una existencia donde experimentamos el abandono y la tristeza, no pudiendo dar curso al natural crecimiento y realización personal.
Por otro lado, sabemos que nuestra naturaleza es solidaria, estamos llamados a entrar en comunión con otros, el desarrollo psicológico nos conduce hacia etapas de madurez que nos llevan a salir de nosotros mismos para amar y servir a los demás; es decir para ponernos en su lugar, para empatizar y estar disponibles. Lo contrario es el egoísmo, el individualismo, que nos aliena y encierra, que nos priva de libertad y jibariza nuestra humanidad.
¿Puede aportar algo a la vida alguien muy centrado en sí mismo, incapaz de ponerse en el lugar de los demás y sólo dedicado a acumular bienes para sí? Es difícil vivir humanamente en familia, en comunidad y dentro de la sociedad si no se tiene un sentido social que guíe efectivamente nuestras acciones y que enmarque el estilo de vida personal. San Alberto Hurtado señalaba que “el sentido social es aquella cualidad que nos mueve a interesarnos por los demás… Quien tiene sentido social comprende perfectamente que todas sus acciones repercuten en los demás hombres”.
La oportunidad de levantar una sociedad más segura y feliz para todos, lo construye la solidaridad, los vínculos que vamos tejiendo entre nosotros, con la colaboración de toda la comunidad. Esto es lo que buscamos con la acción del Hogar de Cristo, que ninguna persona extremadamente pobre se sienta sola, abandonada, desamparada; que seamos capaces de tenderle la mano a ellos y ellas, llevando esperanza, alegría y confianza. Para ello, San Alberto Hurtado nos dice que “la gran escuela del sentido social, de la justicia, de la caridad, es la práctica y ninguna práctica es más provechosa que el trato social de cada día. Más que toneladas de consejos sobre la necesidad del espíritu social, vale una hora de acción social”.
Vale la pena trabajar con y para otros, más aún en medio de la sociedad chilena actual, la donación mutua es un verdadero oxígeno para nuestra vida, especialmente ahora entre los dolores sociales y económicos y la exclusión generadas por la catástrofe nacional. Gabriela Mistral destacaba que “el servir no es tarea de seres inferiores, Dios que da la vida sirve…”.
No nos dejen solos, el Hogar de Cristo nos necesita a todos para superar la pobreza extrema de miles de chilenos, para ellos la esperanza es urgente.

Por: Benito Baranda
Director Social del Hogar de Cristo

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