Voy y Vuelvo!!: ¿Qué será de la reina de la primavera?

Patricia, se llamaba.
En la pared del living de su casa cuelga el marco con la foto ampliada de ese día en que se vistió de blanco y lució una brillante corona de perlas falsas.

Fue elegida la muchacha más linda de la Villa. La gracia que le dio la naturaleza estaba concentrada en sus ojos verdes.

A los dieciséis años la eligieron soberana entre las miradas envidiosas de las morenas de ojos cafés y las gorditas inteligentes.

Patricia era muy bonita y, de no ser porque la candidata del Barrio Estación era rubia y de ojos azules, habría ganado el certamen provincial.
Entre las madres de las chiquillas envidiosas hubo sonrisas de hiena cuando se supo que la carrera de modelo de la joven había llegado hasta ahí no más.

¡Qué mala es la gente, Patricia!

Todas esperaban que te enamoraras de algún pelafustán de la cuadra y que esa cara de ángel se te llenara muy pronto de arrugas. Con satisfacción te habrían sobado la panza si te hubieras embarazado, sólo para comprobar que estabas perdiendo para siempre la cinturita de avispa. Con solicitud te habrían ayudado a criar mocosos llorones, sólo para asegurarse de que el hoyo de tu vida era profundo y sin salida.

¡Qué mala es la gente!

Pero no contaban con que no eras tonta.

Además de reina, Patricia fue alumna brillante y se llevó todos los premios cuando terminó el liceo. Y nunca le gustaron los vándalos ni los vagos. Encontró un novio de lo más respetable en la ciudad donde partió a estudiar.

Cada vez que aparecía por la Villa, la madre salía con Patricia a dar una vuelta. La agarraba del brazo y la mostraba, a propósito, fresca y radiante, con el deseo secreto de que alguna vieja se mordiera la lengua y se envenenara.

Porque las madres envidiosas con sus chiquillas acomplejadas seguían urdiendo pensamientos agoreros: Que en cualquier momento la echan de la universidad. Que de qué vive. Que seguramente se hizo puta. ¡Que ese novio no es novio, que es el cafiche!.

La madre se quedaba sola cada vez que partía Patricia. En esa casa era la única princesa.

Entonces aparecían las vecinas a visitar el humilde palacio. Llegaban con tortas a conversar de cualquier cosa y dejaban medallitas de regalo. Con sonrisas de serpiente saludaban a la madre y se ofrecían a preparar unos mates. Otras veces arribaban con ramilletes de hierbas olorosas y las plantaban en las macetas de las Siempre Vivas que adornaban la ventana de la habitación de la princesa.

Las flores que prometían no morirse ya no existen. La madre aún no se explica porqué, si ella se dedicó a cuidarlas con devoción de santa. Jamás las descuidó. Ni aún después de que desapareciera la reina de la primavera.

Porque lleva años buscando a Patricia, que después de anunciar su acostumbrada visita de los fines de semana, sencillamente no llegó.

Removió cielo, mar y tierra, pero no hay ni seña de sus ojos verdes.

Sólo queda la foto del living y las medallitas que colgaron las vecinas. Y en la ventana, macetas que sostienen flores secas y despiden el olor nauseabundo de las hierbitas que plantaron las serpientes.

Por: María Elizabeth Cancino
Periodista y Licenciada en
Comunicación Social
Ilustración: Hans Garrino

2 comentarios

  1. tan bien retratada esta cultura chilensis del picao. de no alegrarse por el otro y de aportillar los logros del vecino.

    que sería de nuestros poetas si afuera no hubiesen tenido algún premio.
    viejos, solos y muertos sin ni una gloria.

    sigue escribiendo…

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