Voy y Vuelvo!!: Telesérica

Me gustan las teleseries y sufro melancolía de telenovela.

Soy una chica de pueblo, de esos que no tienen cine, primogénita de una mujer joven que con las mejores intenciones y, mucho antes de que los estudios satanizaran a la TV, me sentaba de pequeña a observar el mundo a través de la pantalla.

No teníamos cable y la señal abierta emitía dos canales: el 13 y el 7. Uno privado y otro estatal. Eran los 80…Ante la imposibilidad de decir demasiado, la solución era pasar inofensivas historias de héroes y amores, ricos, pobres, buenos y malvados. Matiné, Vermouth y Noche. Teleseries chilenas, mexicanas, argentinas, colombianas, venezolanas, brasileras.

Los primeros recuerdos que tengo se asocian a “Los Títeres”, unos muñecos macabros que representaban la humillación de una adolescente: un chico seduce a la nena, un poquito fea e inocente… la lleva a su casa y luego… al convencerla de que se entregue a él, desde los rincones salen los amigos insensibles del galán gritándole a la joven que es un estúpido adefesio.

Mis primeras risas fueron causadas por el pato del “efe”, en “Mi Pobre Papá”.

El personaje, muy parecido a mi tío favorito, tenía al plumífero de mascota y aún, cuando ya estaba bastante crecidito, no había forma de echarlo de la casa, con ave y todo.

A mi padre aprendí a conocerlo con una tira cómica de la hora del almuerzo que protagonizaba un gordito dedicado al trabajo, bueno para las parrillas y amante de sus amigotes: el muy querido Guillermo Venegas.

Mi abuela se parecía a las “malas”, que nunca se arrepienten y arman tretas para mantener lejos a los enamorados. Ella se dedicaba a hacer sufrir a la niña bonita.
En este caso, la niña bonita era mi madre.

Mientras más horas de exposición acumulaba, con los ojos muy abiertos frente a la tele, más se me iba llenando la cabeza de visiones amenazantes. Me veía a mí misma quedando ciega, perdiendo una guagua, o condenada por el amor de un hombre rico y buenmozo. Pero también me imaginaba, tras mucho sufrimiento, alcanzando mis más anhelados sueños.

Después crecí, sentí verguenza y quise ser distinta, como las jovencitas de las teleseries.

Las novelas son para las dueñas de casa, decían los intelectuales. Fantasías para ilusas, sentencian los chicos lindos. El opio de la clase media, acusan los activistas… entretención de rotos, aseguran los acaudalados.

Y no es que finalmente haya comprendido que son ellos los equivocados. Hoy pienso que tienen razón: soy simple, soñadora, criolla y trabajadora. La protagonista del culebrón que la mayoría vive todos los días, marcado por la diferencia entre los que tienen y los que no, por las oportunidades que surgen y las puertas que se cierran, por los anhelos que sobreviven a las derrotas diarias… Por la búsqueda incansable de la felicidad.

Por: María ElizaBeth Cancino
Periodista y Licenciada
en Comunicación Social

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